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"Antes me sabia la letra"  concluye  Jasmine en referencia a la canción "Blue Moon", pero podría igualmente hablar de su propia vida, una vida que  se ha desvaneciendo como las notas de una canción mal afinada que van dejando paso al silencio.

 

Cate Blanchet construye para Woody Allen una de esas creaciones que con suerte aparecen una vez cada década. Blanchett asume un doble rol,  ella es la Jasmine azul y también la Jannette más negra, verdadero nombre del personaje y color en el que acaba destiñendo su cuento de hadas.  Una historia construida sobre la mentira de quién no asume su pasado, porque no se asume a si misma, y que sucumbe a merced del viento, siempre a espesas de que la bondad de algún desconocido venga en su ayuda.

 

Y es que es un interesante ejercicio comparar los finales de  "Blue Jasmine" y  "Un tranvía llamado deseo" de Elia Kazan, el mito y la revisión del mito. Comprobando que Allen y Tennesse Williams hablen desde lugares opuestos contando la misma historia. En el final del tranvía, Blanche Dubois nos enseñaba una importante lección, la necesidad de la mentira para soportar la vulgaridad de la existencia humana. Allen en cambio se queda en una primera capa de análisis aleccionándonos sobre la importancia de permanecer anclados a la realidad, o de lo contrario pereceremos mal peinados y  balbuceando pensamientos al azar en cualquier banco de cualquier parque. Este cruce de caminos es lo que hace de una, la de Kazan, una obra maestra imperecedera, y de otra, la de Allen,  una obra menor de un cineasta genial.

 

El verdadero diamante entre toda esta bisutería es la interpretación de Cate Blanchett, que eleva y multiplica por diez el resultado final de la propuesta. Un trabajo de composición, y una lección de comportamiento en cada escena. Blanchett es poseedora de ese extraño don que sólo las muy grandes poseen, el pulso dramático, o cómo hacer de lo dramático algo cómico sin que derive en parodia. Suyo es el partido.

Blue Jasmine

***1/2

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